martes, 27 de abril de 2010

El reloj

Desde que lo heredara de su madre siempre había presidido aquella pared. Le contaron que un pariente lejano, emigrante en Cuba, lo había adquirido a un anticuario francés y que por avatares del destino había pasado de su abuela a su madre y de su madre a ella. El día que sentados en aquella sala, donde un notario leía las últimas voluntades y el reloj pasaba a sus manos, sintió una extraña responsabilidad...
  Meses más tarde, cuando ya se sentía aliviada y con ganas, dispuso una pared principal del sálon para colocarlo. Al principio los elementos que lo acompañaban en nada coordinaban con el antiguo reloj, pero ella se las ingenio para buscar algunas piezas que armonizaran con él. Satisfecha con el resultado, el reloj cobraba de nuevo vida, sus campanadas volvían a ser las de siempre.
  Las horas que daba el reloj en su nueva morada eran horas alegres y de bullicio, horas de biberones y papillas, horas de padres enamorados, de niños con terrores nocturnos y padres preocupados. Horas de amigos en casa y cumpleaños.Así, iba pasando la vida y hasta entonces todo eran campanadas de alegría.
 Años más tarde, las horas del reloj empezaron a dar sus primeras campanadas tristes, los hijos se hacían  mayores y se iban. El reloj sentía su ausencia. Ya había pasado por esto otras veces, pero esta vez era diferente no tenía fuerzas para seguir sonando, se estaba agotando y no podía una vez más hacer frente al silencio de una casa vacía, a la ausencia de los que se van y no vuelven, el tener que estar dispuesto a pasar a otras manos. No, esta vez no, ya habían sido muchas .Había estado colgado en  paredes relucientes  y desconchadas, había dado campanadas de bienvenida, pero también de despedida. Esta sería la última.
   Una mañana cuando ella cogía algo de una estantería reparó en el reloj. Se fijó que eran las diez y que un sonoro silencio se producía en la estancia, incrédula miró y se dio cuenta que el viejo reloj no tenía sonido. Lo descolgó, lo abrió pero todo parecía estar en orden. Lo metió en una bolsa y lo llevó al relojero.
-Sra, su reloj tiene una pieza estropeada!
-Está bien, ¡pues cámbiela!
-Siento decirle que hace mucho tiempo que estas piezas no se hacen, tiene usted un reloj muy antiguo.
-¿Me está usted diciendo que el reloj no va a volver a sonar?
-Me temo que sí.. Lo siento pero no tiene arreglo.
         Llegó a su casa triste y desilusionada, no sabía que podía hacer con su viejo reloj. Dejarlo en la pared sin campanadas era como tener algo que ha perdido su alma, si no podía sonar más, tampoco querría estar en aquella pared. Ese reloj había sido hecho para sonar y su vida era su sonido, sin campanadas se convertía en un reloj sin vida, sin espíritu, sin alma.
  Cogió un papel de seda y lo envolvió con sumo cuidado, después lo metió en una caja de embalar. Del escritorio cogió un papel y escribio una nota, la dobló y la metió en la caja, la cerró, subió al desván y lo metió en un arcón donde guardaba objetos distintos. Allí lo dejaría reposando segura de que algún día  uno de los suyos lo rescataría y... M.J.

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