Todo era perfecto en esa noche de Agosto, el tiempo acompañaba. No habían nubarrones que hicieran sospechar un cambio repentino en el clima. La orquesta deleitaba con sus acordes más populares la verbena de la plaza.
Por la calle Real subían los vecinos del barrio de San Cosme, las mujeres con el traje recién estrenado, como era costumbre y los hombres con el atuendo de las bodas y los entierros, con la única excepción de la corbata que para los entierros era negra y para las bodas y las fiestas exhibían colores mas llamativos. En el preciso momento en que Ceferino y Eulogia empezaron a subir los peldaños de la escalera principal, la orquesta tocaba su pasodoble. Eulogia tiró del brazo de Ceferino y sin mediar palabra, acto seguido los dos bailaban cual autómatas dirigidos, dos pasos para delante, dos pasos para detrás uno para la izquierda otro para la derecha. Cuando ya llevaban dos o tres piezas sin parar, el bueno de Ceferino se recostaba en las abundantes glándulas mamarias de su esposa y hasta parecía por momentos que se echaba un sueñecito.
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Los chicos estaban sentados en el banco que estaba enfrente de la cabina telefónica. A no ser Marcos y Zoilo que eran los únicos que bailaban los demás estaban bastante aburridos. Yo no le quitaba ojo a Catalina que iba y venia con unos y otros sin parar. Cuando ya por fin se decidió a descansar un rato, me armé de valor y le hice una confidencia.
¿Qué me dices? Pues claro que lo conozco, se llama Eudosio y ahora mismo te lo presento-. Yo lo había visto llegar a la plaza y me había gustado, llevaba una chaqueta azul de pana planchada, y era el chico mas guapo que había visto nunca. De repente el estómago se me lleno de mariposa ¡Catalina me lo iba a presentar¡. Me arrastró con su descaro habitual y lo llamó a gritos, yo le apretaba la mano y le decía entre dientes que no le gritara que me estaba avergonzando, pero ella hacía oídos sordos a mis ruegos. Cuando llegamos a dar con Eudosio, Catalina me lo presentó, nos dimos un beso en la mejilla y empezamos a hablar de tonterías. De cerca me parecía más guapo todavía y la chaqueta azul de pana planchada, le quedaba tan bien que me quedé completamente encandilada. Cinco minutos más tarde el solista de la orquesta daba un giro muy pachanguero a la “canción del verano” y Eudosio y yo bailábamos hablando y riendo. Entre bailes y algún que otro cubata se nos pasó la noche. Nos despedimos, y yo me pasé la noche sin poder dormir, la cara de Eudosio no se me iba de la mente, creo que de madrugada me dormí del agotamiento.
Los feriantes recogían las últimas atracciones infantiles, las turroneras recogían sus puestos y nosotros veíamos como las fiestas, un año más se acababan y el mes de Agosto agonizaba dejando paso a Septiembre con sus exámenes a las puertas. Pero antes de que esto ocurriera yo seguía pensando en Eudosio y su chaqueta azul de pana planchada.
Como casi todas las tardes del verano, los chicos nos reuníamos en el banco enfrente de la cabina telefónica. Cuando pasé por la parada de taxis me fijé que no había nadie sentado en nuestro banco, por un momento pensé volverme, no me gustaba estar sentada sola con todos esos taxistas mirando y cuchicheando, pero me armé de valor y me senté con un paquete de pipas que había comprado en el kiosco de Pedro. Cuando ya había dado buena cuenta del paquete de pipas y mis ojos miraban buscando los rostros amables de mis amigos, apareció a lo lejos la silueta de Eudosio (esta vez sin su chaqueta de pana planchada), empecé poniéndome un poco nerviosa, mas bien bastante nerviosa. Él vino hacia mí con una gran sonrisa, a medida que se acercaba la tranquilidad se apoderó de mí y todo se fue tornando descorazonador. A la luz del día Eudosio no era el mismo, no me pareció ni tan guapo ni tan simpático y lo peor no fue eso, sino que como siempre mis ojos fueron directamente a sus zapatos y ¡¡Horror¡¡ tenían tacones. De repente me acordé de una frase de mi abuela que me decía “hija de noche todos los gatos son pardos”, si abuela, pensé, pero este además lleva tacones.
- M.J.
Jejeje, ¿quién era? ¿quién era?
ResponderEliminarY ahora que vemos los zapatos..., pues mira que estaban chulossss
ResponderEliminarMe encantó tu relato.
ResponderEliminar¡Lo que hacen una noche de verbena y una chaqueta de pana! ¿Por dónde irá el pobre taconeando ahora?
Gracias Lolina, me da mucho gusto que hayas podido entrar en el blog, y dejar tu comentario, eso me anima.
ResponderEliminarPuse otro en el del 17 de abril pero ahora veo que no está. Algo hice mal.
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